EL CUERPO PUEDE HABLAR

Frases como “me hice todos los estudios médicos, pero no encuentran qué es” se escuchan con frecuencia en los consultorios de los terapeutas. Se dicen con cierto alivio –porque los resultados no revelan una enfermedad grave– pero también con algo de angustia que resulta difícil de traducir y, mientras tanto, el cuerpo insiste, el dolor persiste y lo que no cede se vuelve cada vez más inquietante.

Migrañas, contracturas, colon irritable, insomnio crónico, fatiga constante, erupciones en la piel, taquicardia, mareos: se consulta, se investiga, se descartan causas físicas, pero muchas veces la medicina no encuentra nada concluyente. Se prueban tratamientos, dietas, reposo, incluso meditación, pero algo no cede y el cuerpo insiste.

A veces, lo que más angustia no es recibir un diagnóstico, sino no tener ninguno. Porque un nombre, aunque temido, ordena lo que duele, pero en cambio, su ausencia desata la incertidumbre. Y en ese vacío la mente empieza a llenar los huecos: imagina, supone, teme. ¿Cómo calmar lo que ni siquiera sabemos qué es?

Los fenómenos psicosomáticos no son nuevos, ya en los orígenes del psicoanálisis, Freud escuchaba síntomas que desbordaban la lógica médica: dolores sin lesión, parálisis sin daño neurológico, crisis sin causa aparente. Lo que parecía inexplicable comenzó a tener un sentido claro cuando se dejó de escuchar únicamente al cuerpo y se empezó a escuchar al sujeto. En esta época de agotamiento, inflamación, ansiedad, contracturas, la pregunta que sigue vigente es: ¿qué está diciendo ese cuerpo?, o bien, ¿por qué duele?

Recuerdo a una paciente que consultó por erupciones severas en las manos. Un día, en sesión, dijo: “Estoy cansada de darle la mano a todo el mundo, de sostener a todos”. Sus manos hablaban por ella, su cuerpo hablaba. Por eso, en Imperfectos, mi segundo libro, dedico un capítulo entero a los fenómenos psicosomáticos con casos actuales. Presento tres pacientes –de migrañas, dermatitis y asma– en los que el problema nunca fueron solo los síntomas, sino aquello que no se había escuchado desde lo subjetivo.

El cuerpo puede convertirse en escenario de lo que no se pudo decir con palabras. A veces no es el lugar del problema, sino donde el problema se inscribe. Por eso, la pregunta en consultorio, más allá del diagnóstico, tiene el objetivo de poder “escuchar” eso que tiene para contarnos lo que duele. Porque los síntomas no son el final de la historia, sino el comienzo de otra pregunta.

En un tiempo que exige que todo sea medible y verificable, lo que no encaja tiende a ser minimizado, medicalizado o, directamente, desestimado. Pero negar lo que no se puede cuantificar también es una forma de violencia. La ausencia de diagnóstico –en un mundo que necesita clasificarlo todo– se vuelve, a veces, más angustiante que el diagnóstico mismo.

Aceptar que el cuerpo puede hablar –y que a veces habla por nosotros– no es negar la medicina, es ampliarla. Es incluir al sujeto más allá del cuerpo médico: el cuerpo de las palabras. Interpretando a Freud, podríamos decir que lo que no se logra poner en palabras tiende a manifestarse como síntoma. Es volver a escuchar lo que duele, lo que insiste, lo que todavía no pudo ser nombrado.

Jacques Lacan decía que “la verdad tiene estructura de ficción”. Y a veces, bastan unas pocas palabras verdaderas para que el síntoma empiece a ceder. Porque hay palabras que no curan, pero calman. Y otras que, cuando llegan a tiempo, pueden salvar. 

*Psicoanalista. Coautora de Imperfectos y Verdades no dichas.

2025-07-05T03:35:43Z