La enfermedad de Parkinson suele asociarse exclusivamente con los temblores, pero esta condición neurológica crónica y progresiva va mucho más allá de lo visible.
Afecta a más de un millón de personas en Estados Unidos y millones más en todo el mundo, con un impacto que atraviesa no solo lo físico, sino también lo emocional y cognitivo.
Antes de que se manifiesten los temblores o la rigidez muscular, muchas personas con Parkinson experimentan alteraciones en el sueño, como insomnio persistente o fragmentado.
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Este síntoma, que suele ser atribuido al estrés o al envejecimiento, puede anticipar el diagnóstico por varios años. Los trastornos del sueño incluyen dificultad para conciliar el sueño, despertares frecuentes durante la noche o somnolencia diurna excesiva.
También es común la actuación de los sueños vívidos (trastorno de conducta del sueño REM), donde el paciente se mueve o habla mientras duerme. Los expertos advierten que la mala calidad del sueño no solo afecta la salud general, sino que puede acelerar el deterioro cognitivo y motor si no se trata adecuadamente.
Por eso, los cambios en el patrón de descanso deben ser considerados señales de alerta, sobre todo cuando se presentan junto con otros signos tempranos como la pérdida de olfato o cambios en la escritura.
Aunque todavía no existe una terapia que detenga la progresión del Parkinson, hay tratamientos que mejoran significativamente la calidad de vida.
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Medicamentos como la levodopa ayudan a compensar la falta de dopamina, el neurotransmisor clave que disminuye con esta enfermedad. También se recomiendan terapias físicas y, en algunos casos, estimulación cerebral profunda.
Contrario a lo que muchos creen, un diagnóstico de Parkinson no implica una sentencia de muerte. Muchas personas conviven con la enfermedad durante décadas y pueden mantener rutinas activas si cuentan con tratamiento, acompañamiento profesional y apoyo familiar.
El Parkinson es altamente variable. Algunas personas presentan temblores evidentes, mientras que otras nunca los desarrollan. Algunos casos avanzan lentamente, otros de forma más agresiva. Esta diversidad requiere planes de tratamiento personalizados, tanto desde lo médico como en el acompañamiento emocional y social.
Más allá de los movimientos involuntarios, hay síntomas no motores que pueden ser incluso más limitantes: insomnio, depresión, pérdida de olfato, fatiga, ansiedad, dificultades en el habla y trastornos digestivos, entre otros. Estos signos suelen ser subestimados, pero tienen un impacto real en el bienestar diario.
En muchos casos, los síntomas iniciales del Parkinson aparecen años antes del diagnóstico. Algunos ejemplos: cambios en la escritura, reducción del volumen de voz, pérdida del olfato o alteraciones sutiles en la marcha. Reconocer estos signos tempranos es crucial para acceder al tratamiento en fases iniciales.
La actividad física no solo ayuda a mantener la movilidad, sino que también estimula la liberación de dopamina y mejora el estado de ánimo. Caminar, nadar, hacer yoga o andar en bicicleta, adaptado a cada etapa, es clave para conservar la autonomía y reducir síntomas.
Entre el 40% y el 50% de los pacientes con Parkinson desarrollan depresión, en muchos casos incluso antes de saber que tienen la enfermedad. Se trata de un síntoma neurológico y no solo una reacción emocional. Por eso, es fundamental incluir el abordaje psicológico en el tratamiento integral.
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Hasta un tercio de los diagnosticados con Parkinson no presentan temblores. En esos casos predominan otros síntomas como rigidez, lentitud motora o problemas de equilibrio. Esta falta puede retrasar el diagnóstico, ya que el temblor suele ser el signo más asociado a la enfermedad.
La progresión de la enfermedad se clasifica en cinco fases, desde síntomas leves hasta dependencia total. Sin embargo, la evolución varía en cada paciente y no todas las personas llegan a las etapas más avanzadas. Esta clasificación sirve para anticipar cuidados y adaptar la atención.
El Parkinson se origina en la degeneración de neuronas ubicadas en la sustancia negra, un área del cerebro que produce dopamina. Al reducirse esta sustancia, se alteran los mensajes entre el cerebro y el cuerpo, afectando el control de los movimientos y otras funciones vitales.
Conocer en profundidad la enfermedad de Parkinson es esencial para derribar mitos, promover un diagnóstico temprano y garantizar un tratamiento integral. Si bien aún no tiene cura, la combinación de medicamentos, actividad física, apoyo emocional y terapias especializadas permite a muchos pacientes llevar una vida plena y activa durante años.
2025-06-10T19:26:18Z